Nueva York: Amores Imperfectos

Las buenas historias acontecen cuando no tienes tiempo para que nada más ocurra. Ser lector y creador a la vez. saber que tu mirada es parte de la obra, que habitar el espacio es una manera de construirlo, que no hay más respuestas posibles que nuevas preguntas. Un mucho de estas cosas hay en Alejandro de Castro, además de un amor indisimulado a Nueva York y de un ir y venir imperfecto desde el Índico al Mediterraneo, desde Yakarta hasta Cádiz, desde el tiempo sin hora de las fabelas de Río a la puntualidad ordenada de Cambridge. El piano de su apartamento en el centro de Manhatan y la litera de sus años infantiles en Jaén son los dos puntos que unen su cordón umbilical con el conjuro frenético de la Gran Manzana. Sin tiempo siempre. Y siempre como si no hubiera pasado nada. (Bajo el nombre «Amores imperfectos», empezamos hoy a publicar en nuestro blog las cartas y las miradas compartidas por Alejandro, nuestro nuevo colaborador, desde NY. Esperamos que las disfrutéis tanto como nosotros)


 

El mundo no dejó de girar, pero se volvió más lento. Sería la pesadez del plástico sobre el Pacífico, o el efecto de la repetición cansina de los días. Quizás se debía a que demasiadas veces la novedad se había anunciado y ese cambio cualitativo, llamado a desvelar el nuevo ethos no llegaba no, no llegaba. No dejaban de caer noticias y sin embargo, eran palabras huecas dando el sabor erróneo al momento. El mundo se hizo algo tan pequeño y el bosón de Higgs ilimitado; la historia una fabricación más; el conocimiento, una fabricación más; la reflexión, una tarea administrativa; los argumentos, banners; la ambición, success; debatir, negociar; los conceptos, su señuelo; los conceptos, palabras; los humanos, terriblemente tontos. Lo más obvio se nos escapa y la ingeniería hace el resto. Esa es la tragedia de los Commons. La libertad de las partes, pero la falta de libertad del conjunto. En la primavera de 2013 la fiebre de las conexiones revelaba que toda forma de trabajo no es sino una tarea política, y que toda tarea política no es sino una manifestación económica.

En medio de esa noria, historias tremendas en mi mente que he visto continuamente, que olvido y debería recordar. Tantas. La memoria tiene ese haz. En la misa gospel de Riverside, que a golpe de mantra me abrió el corazón como una naranja. En la sauna turca de la 10 con la 1, con Leonidas, en los ratos de soledad sin internet ni nada más. Representando mi papel en tantas reuniones, en las que cada vez más siento ver a todo el mundo haciendo de Oz, con su altavoz. Recibiendo secretos sobre ese gramófono mágico de Oz, cenando en Barrio Chino. Bailando en Piano’s. A la gente por la noche le encanta estar guapa, muy apretada, como si fuera un carnaval. Las siluetas se han por fín liberado, y la andrógina luce su altura y rectitud con la voluptuosidad que antes fuera el Edén de la gordura. Los colores, la textura, los trajes, los brillos, son todos, y los labios siempre llevan un color fuerte, excepto la palidez ceniza de la belleza ultraurbana. Todos nos gustamos, y todos llevamos una historia dentro.

En Nueva York, toda la gente que conozco está detrás de algo, y compartimos una dopamina sobre la que patinamos de lunes a domingo. Todo Nueva York está viajando, se parece a un baile frenético, se parece a celebrar un gol, también a la inundación de un hormiguero. Es sencillamente indescriptible lo que hay dentro de la máquina de novedad. Es como un pulmón en plena carrera. Como la proa del Nautilus. Es como ser famoso. Como poder soñar despierto. Como trabajar de resaca también. Esta primavera, quizás porque me atrevo a mirar a Nueva York de reojo, la estoy disfrutando como antes no hice. Permitidme ser repetitivo: no me puedo acordar de todas las conversaciones que procuro y disfruto. Por algún motivo ya me encuentro a gente por la calle, conozco a los conocidos de amigos, mi nombre está en el de terceros. Los viernes cuando puedo me acurruco en un japonés y veo pasar las manadas de adrenalina de los college students. Los nuevos me miran como si llevase mucho tiempo. No creo que la ciudad sea sostenible, es más bien una excepción como lo pudo ser Roma, es una concentración de voluntad e intensidad que me hace pensar que difícilmente haya otras así. Por mucho que suene tonto, o pedante, sencillamente las noticias se hacen de pedazos de vida personal, y yo veo pedazos, por pequeños que sean ellos, de esa vida.

Varios mensajes previous a este tengo a medio escribir; la dificultad estriba en poder resumir mis noticias, y en mi dificultad de transmitir un mensaje. Pese a que no lo hay, os confieso mi fascinación, y mi sensación de peligro: porque la ecología de Nueva York es exceptional, y porque la de verdad creo que se está yendo al carajo por cosas que nacen o florecen en Nueva York.