Positivismo sin piedad

Leía ayer este post de Julen Iturbe en el que compartía un texto del libro “La sociedad del cansancio”, de Byung-Chul Han, y que me hizo conectar con algunos apuntes e ideas que tengo recogidas en relación al positivismo. Consciente de mi ignorancia a cerca de los planteamientos de este autor (las citas que recoge Julen en su blog es lo único que he leído de él) y de que la cita que voy a comentar está sacada totalmente del contexto conceptual que Byung-Chul Han plantea en su libro, comento -en voz baja y con recato- un par de cosas sobre lo que escribe, enlazándolas con estas notas e ideas que tenía en modo reposo.

Por acotar la cosa, me voy a centrar en este párrafo:

‘La sociedad disciplinaria es una sociedad de la negatividad. La define la negatividad de la prohibición. El verbo modal negativo que la caracteriza el el “no-poder”. Incluso al deber le es inherente una negatividad: la de la obligación. La sociedad de rendimiento se desprende progresivamente de la negatividad. Justo la creciente desregularización acaba con ella. La sociedad de rendimiento se caracteriza por el verbo modal positivo poder sin límites. Su plural afirmativo y colectivo “Yes, we can” expresa precisamente su carácter de positividad. Los proyectos, las iniciativas y la motivación reemplazan la prohibición, el mandato y la ley’.

Pareciera que la crítica (o la explicación) que el autor hace de la sociedad disciplinaria estuviera escrita desde la perspectiva propia de la sociedad del rendimiento a la que también hace referencia. Asumir que la obligación es una negatividad inherente al deber no puede hacerse más que desde un posicionamiento filosófico y vital propio de algo así como un individualismo positivo extremo en el que el estado y las instituciones públicas y las corporaciones privadas se sacuden de un plumazo su responsabilidad sobre lo que quiera que sea la felicidad de sus ciudadanos y trabajadores, y sus posibilidades de mejorar, superarse o incluso emprender.

La obligación en sí misma no es necesariamente una negatividad o algo negativo. La obligación puede estar vinculada a valores como el compromiso, la responsabilidad o incluso al amor. La obligación tal vez sea un elemento imprescindible de la libertad, la igualdad, del aprendizaje, la educación,…

El que la sociedad del rendimiento con su peculiar positividad se desprenda de la vieja negatividad para infundirnos ese nuevo poder y optimismo sin límites, puede no ser más que una impostura, un lobo disfrazado de cordero, o si se prefiere un troyano, que dándonos nuevas armas nos hace más débiles, que quitándonos obligaciones nos hace más esclavos, que iluminándonos nos deja más ciegos y que prometiéndonos la felicidad como objetivo de vida nos hace más infelices. Una maniobra sutil montada desde un uso perverso del lenguaje que termina por hacernos insensibles a las contingencias que se van instalando con serenidad entre la tiranía de la normalidad y la busqueda de una felicidad con demasiados efectos secundarios indeseables.

No deja de ser curioso y una paradoja que en la sociedad del rendimiento, liberada ya de la negatividad de la obligación, con unos ciudadanos más informados, con una internet que parece que nos hace más inteligentes (cuantas dudas metodológicas y conceptuales despiertan este tipo de estudios), con la promesa de conseguir lo que nos propongamos si tenemos la adecuada actitud positiva,… seamos capaces de mantener y aguantar tantas situaciones injustas durante tanto tiempo sin mover más que un dedo para hacer clic en las campañas de apoyo que nos llegan por la red. Pareciera a veces que la sociedad del rendimiento y del positivismo sin piedad incapacita más nuestra posibilidad de reacción y compromiso que la vieja sociedad disciplinaría de las obligaciones.

Tal vez no sea buena idea analizar valores como la obligación o el esfuerzo desde el contexto político, desde el mundo de la empresa o desde la educación de hace 40, 50 o 60 años, pues nos puede llevar con cierta facilidad a renegar de ellos.

No, no creo que cualquier sociedad o cualquier tiempo pasado sea mejor, pero sí creo que hay elementos que tuvieron un gran peso en aquellas vidas que es necesario rescatar y poner en su justo valor en un nuevo escenario.

Nota: La imagen es una foto de la Catedral de Jaén, por J.M. Ballester

Arquitectos de contextos. Acting in context

“El poder está en ti”, “La vida es 10% lo que te pasa y 90% lo que haces con lo que te pasa”, “no hay problemas, hay desafíos”, “no has fracasado, ahora tienes más experiencia”, “si la vida te da limones, haz limonada”, “deja que tus ilusiones sean más grandes que tu temor”… Estas son algunas de las consignas a las que cada vez estamos más expuestos y que nos dicen algo así como que si no puedes cambiar tu entorno, cambia tú.

Son consignas que tienen un gran poder motivador para muchas personas que las usan como pensamientos inspiradores que les ayudan a gestionar su cambio y su desarrollo personal y/o profesional y, como tales, tienen el poder que tienen. Ahora bien, una cosa es una frase sesuda, inspiradora y motivante y otra es basar todo un proceso de cambio en ella o en las premisas en las que se sustenta.

Las ciencias del comportamiento nos indican claramente que la conducta está en función de las consecuencias que se obtienen al emitirla y también está en función del contexto en el que se desarrolla y que sirve como señalizador para activar o desactivar un comportamiento determinado.

Todos tenemos la experiencia de comportarnos de manera muy diferente según la situación en la que nos encontremos. Unos ambientes nos estimulan y sacan lo mejor de nosotros, otros ambientes nos anulan y nos llevan al más profundo abatimiento; unos escenarios nos facilitan el trabajo haciéndonos disfrutar con él, otros escenarios nos dificultan la tarea, haciéndonos sufrir con ella. Nosotros seguimos siendo los mismos, pero nuestro comportamiento puede variar radicalmente en función del contexto. Entonces, ¿qué nos queda? ¿Resignarnos a dejarnos llevar por dichos contextos o cambiar la actitud? Sin duda, el cambio de actitud, la potenciación de las competencias personales, el cambio individual es necesario, pero no suficiente. Probablemente, sea más barato suministrar unas consignas a la persona del tipo “si tú quieres, tú puedes” que modificar el ambiente, pero seguramente también sea una forma poco radical de facilitar los cambios.

Queremos fomentar un ambiente colaborativo en el aula, pero seguimos distribuyendo las sillas en un formato clásico (todas mirando el profesor). Queremos generar un ambiente creativo en la oficina, pero el ambiente que nos rodea está lleno de reglas, normas y procedimientos. Queremos potenciar una cultura del aprendizaje, de la formación continua, de la innovación social, pero no proporcionamos espacios, herramientas, tecnología o métodos que permitan la experimentación, el ensayo y error, el cambio. Y así podríamos encontrar cientos de ejemplos en los que está muy bien decir que si quieres puedes, pero nos olvidamos de generar ambientes que faciliten ese poder.

Toda conducta individual se da en un contexto físico, personal y social que incrementa o disminuye la probabilidad de que aparezca dicha conducta. Ciertos contextos incrementan la probabilidad de que aparezcan ciertos comportamientos, mientras que esos mismos contextos podrían indicar la ausencia o baja probabilidad de aparición de otros comportamientos.

El contexto se convierte en un potente estímulo si se gestiona bien pero también se puede convertir en un fuerte elemento desmotivador, en el sentido de que en lugar de invitar a la acción, promueva la inactividad y las pocas ganas de hacer cosas.

Intervenir sobre el contexto es una primera medida higiénica que ayuda a provocar respuestas, que facilita el inicio de conductas y que genera señales para la acción.

Quienes tienen que liderar equipos de personas: jefes de grupo, directivos, mandos intermedios, docentes, padres y madres, responsables, etc. tienen como misión prioritaria diseñar ambientes facilitadores de las conductas que quieran estimular. Dedicar tiempo a generar un adecuado y agradable ambiente físico, personal y social va a ayudar a obtener mayores beneficios para el grupo y cualquier intervención que tenga que ver con la potenciación de competencias será mucho más viable y sostenible.

Dedica tiempo, pues, a generar un adecuado y agradable ambiente físico, personal y social y verás como es más fácil que las personas que pertenecen al grupo obtengan beneficios al actuar en dicho contexto. Si te conviertes en un buen arquitecto de contextos, la estrategia motivadora que uses después, tendrá unos efectos más potentes.

Es esencial, por tanto, no olvidarnos de promocionar contextos facilitadores, escenarios estimulantes y ambientes enriquecedores.

Poner en el centro a la persona olvidándose de que ésta es en función de su contexto es correr un riesgo que se puede pagar muy caro si no se gestionan bien los ambientes físicos, personales y sociales en los que se desarrolla, por eso, los responsables del cotarro deben convertirse en excelentes arquitectos de contextos.

No olvides esta idea: “hay ambientes que capacitan y ambientes que discapacitan”.
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