La sofisticación del disparate.

Esta mañana escuchaba en la radio hablar sobre los prometedores avances de la neurociencia para distinguir distintas enfermedades mentales atendiendo a diferencias en las estructura y funcionamiento del cerebro. En este caso se hablaba de psicópatas, de esquizofrenia y depresión, sin embargo esta misma búsqueda de la “Piedra Roseta” que nos permita explicar de manera simple y mecánica la jeroglífica complejidad del comportamiento humano se hace también para explicar las diferencias entre hombres-mujeres, blancos-negros, homosexuales-heterosexuales, optimistas-pesimistas, demócratas-republicanos,…

A pesar de lo espectacular y moderno -casi de ciencia ficción- que resulta el lenguaje y los relatos de los periodistas que preguntan y de la mayoría de profesionales (psicólogos, psiquiatras, neurocientíficos, expertos en educación,…) que son entrevistados, casi siempre me suenan a demasiado antiguo, a explicaciones en exceso simples, mecánicas e infantiles, vino viejo en odres nuevos. No son recientes los intentos de encontrar las respuestas en el análisis de los rostros o de la forma y el perímetro craneal para distinguir a las personas violentas, pruebas éstas que podían ser decisivas para declarar como culpable o inocente a los sospechosos de algún delito.

Ya en el S.XIX desde diciplinas como la craneología, la frenología, la fisiognomía o la criminología antropológica se afirmaba la posibilidad de identificar científicamente vínculos entre la naturaleza de un crimen y la personalidad o la apariencia física del criminal. También ha sido recurrente en la historia el intento de relacionar variables como racismo o coeficiente intelectual con el adn o el tamaño o la estructura del cerebro. Ni qué decir tiene que la rotundidad con la que se hacían algunas de estas afirmaciones quedaron en poco más que nada, y que en algunas ocasiones respondían más a la ideología del momento o del estudioso de turno que a su honestidad científica o intelectual.

Estudios y explicaciones en apariencia más asepticos, objetivos y con toda la apariencia científica que aporta el lenguaje de lo cerebral y sus neuromitos, siguen divulgándose día a día en redes sociales y medios de información, desde los más serios y reputados a los más frikis y fantasiosos; extendiéndose así una explicación mecanicista y cerebrocéntrica -erronea en su mayoría, incompleta en el mejor de los casos- del comportamiento humano. Explicación ésta que impregna la manera entender y de trabajar de muchos profesionales de ámbitos tan importantes como la psicología, la psiquiatría, la educación, o los recursos humanos.

Todos estos nuevos estudios se han visto posibilitados y han tomado un gran impulso por el enorme avance en la tecnología que permite estudiar el cerebro con máquinas maravillosas y sin duda útiles, con software inteligente y algoritmos muy sofisticados. Sin embargo, sin una revisión profunda de nuestra manera de entender el comportamiento humano, sin un planteamiento previo desde la filosofía y la epistemología del comportamiento (también del comportamiento de los científicos) que nos permita hacer las preguntas correctas, el avance real que toda esta tecnología permitirá será inevitablemente más lento. Creo que, en más ocasiones de las deseables, esta gran sofistificación tecnológica está aportando “disparates” más sofisticados para dar respuesta a preguntas erróneas que nos dejarán en el mismo lugar de siempre.

 

Nota: La imagen superior es del cuadro: “Extracción de la piedra de la locura“, El Bosco, 1501-1505.

Cerebro, educación y prensa amarilla

Neuroeducación, una disciplina de todo a cien.
Pareciera que a veces los medios de comunicación serios no fuesen más que prensa amarilla cuando informan sobre noticias científicas, especialmente aquellas que tienen que ver con temas relacionados con la educación y la psicología. Me refiero a ejemplos como este, este, este o este.

En la mayoría de esos casos, a partir de estudios concretos de la fisiología y la estructura cerebral se habla con una seguridad pasmosa -poco propia de la prudencia que caracteriza a la ciencia- de infalibles conclusiones y consejos prácticos para padres, alumnado y docentes . A pesar de los problemas metodológicos y de diseño experimental , a pesar de los problemas de replicabilidad y de validez externa e interna que están demostrando tener muchos de estas investigaciones (por ejemplo aquí, aquí y aquí), y a pesar de los problemas epistemológicos de base que presentan (aquí o aquí), estos estudios tienen una gran difusión por parte de medios de comunicación globales de mucha influencia en nuestra sociedad. Al mismo tiempo estas noticias fortalecen neuromitos que suelen tener una gran aceptación y acogida entre la población general y entre padres, madres, psicólogos, educadores o maestros y otros profesionales que se dejan deslumbrar por la moda cool del cerebrocentrismo y que militan con entusiasmo en esa nueva ola, mas efectista que efectiva, empeñada en aplicar en las escuelas la neuroeducación, el coaching, el mindfullness, etc. tal y como lo cuentan en la prensa, confundiendo lo bueno con lo nuevo y la realidad con el deseo.

Al Cesar lo que es del Cesar.
No dudo de que muchos neurocientíficios sean magníficos profesionales, excelentes científicos y doctores llenos de buenas intenciones, y que realizan un trabajo importante. Pero creo que no pocas veces cuando hablan de educación se lían y se precipitan cuando lanzan orientaciones prácticas y realizan algunas afirmaciones categóricas (a veces disparatadas y sin ningún apoyo en la evidencia) sobre cómo se debe enseñar en las escuelas. Los expertos en metodología y en educación son (o deberían ser) los profesores, y no los neurocientificos, ni los coach, ni los bioneuroeducadores, ni los expertos en mindfullness, en inteligencia emocional, ni los políticos, ni los oradores estrella,..

El cerebro no se emociona, ni recuerda, ni aprende, somos las personas las que lo hacemos. Claro, es necesario para ello una persona con un cerebro, pero también con unos sentidos, y una biografía y un contexto.

Esto no es negar la importancia y la necesidad de la neurociencia, es tan solo señalar que la educación, el aprendizaje, el comportamiento, las relaciones sociales, el arte, la creatividad,….. y la neurociencia implican niveles de estudio diferentes. No se invalidan por tanto una disciplina a la otra, simplemente están respondiendo a preguntas diferentes y los riesgos aparecen cuando se responde taxativamente desde la neurociencia a preguntas que deberían responder los profesionales de la enseñanza y el aprendizaje.

Que el cerebro humano no haya cambiado en los últimos 15000 años, como dice el Dr Francisco Mora, no quiere decir que no sean totalmente diferentes los niños del paleolítico a los del S.XXI. Posiblemente un neurocientífico al microscopio no sea capaz de distinguir el cerebro de un niño al de otro, ni sus imágenes en funcionamiento o su estructura, pero te aseguro que un buen profesor sí será capaz de diferenciarlos e incluso de adaptar con buen criterio su forma de enseñarles con dos métodos totalmente diferentes a pesar de que el cerebro sea exactamente el mismo.

De Mágico González a Bernini
Un nivel de conocimiento implica saber cómo funciona el cerebro humano, otro nivel diferente saber cómo aprendemos las personas. Se trata de dos conocimiento relacionados, pero requieren análisis y respuestas desde campos verbales distintos. En última instancia, la física, la química y la biología están en la base de cualquier elemento de la naturaleza, de cualquier ser vivo o de cualquier comportamiento, sin embargo no podemos reducir, entender o explicar los cómo y los porqués de la música de Mozart, de los goles de Mágico Gonzalez, o del Rapto de Proserpina de Bernini tan solo en función de la ley de la gravedad, de las moléculas de carbono, del adn o los circuitos neuronales de Mozart, de Mágico González o Bernini.

La neurociencia puede llegar a identificar inequívocamente cuánto tiempo y qué parte del cerebro se activa cuando un niño se emociona o atiende, pero esas imágenes no pueden explicar porqué el niño atiende o se emociona, ni la función o el significado de esa emoción o de un recuerdo para ese niño concreto. Esto requeriría un análisis contextual coherente que tenga en cuenta otras muchas variables y que ayude a darle sentido a esos datos neurológicos. Sin este análisis, leer las imágenes coloreadas del cerebro y derivar conclusiones tajantes para la educación puede ser poco más que leer los posos del café para interpretar la personalidad. Aconsejar, a partir de algunas observaciones realizdas en situaciones controladas, que las clases no deberían extenderse más allá de 10 minutos, no sólo refleja tener un gran desconocimiento de la educación y de lo que ocurre en los salones de clase, sino que además es limitar las tremendas posibilidades de esos niños y sus cerebros. Se puede ser un excelente neurocientífico y un pésimo profesor.

La necesaria paciencia de la ciencia y la medicalización de la educación.
No se trata de un enfrentamiento de una parte de la psicología-educación frente a la neuroeducación, hay reconocidos científicos del cerebro que se toman con mucha más parsimonia esto de sacar conclusiones precipitadas a la vida cotidiana y de hacer interpretaciones de sus hallazgos. Explica bien muchas de estas cosas la neurocientífica Molly Crockett en este TED.

Creo que se está “biologizando” y medicalizando demasiado la educación y el aprendizaje y creo que eso no es bueno. Creo que se trata de un reduccionismo mecanicista demasiado simple que no explica bien la complejidad multicausal del aprendizaje, del desarrollo y el comportamiento humano. Creo que los profes necesitamos una aproximación al tema menos cerebrocéntrica, basada en la evidencia y más humanista.

¡Más dopamina! (o sobre la medicalización del aprendizaje)

Algunos amigos me lo tienen dicho “no te metas por ahí, no leas estas cosas que después nos toca a nosotros aguantarte” Y llevan razón, y por más que lo sé y por más que me exponga a ellas no logro habituarme.

El caso es que hace unos días pesqué en las redes este post sobre Neurociencia, trastornos de aprendizaje y fracaso escolar en el que se afirma: “La primera causa de las dificultades de algunos alumnos para seguir el ritmo del resto de compañeros son los trastornos del aprendizaje, que afectan en torno al 15% de la población en edad escolar (4-5 alumnos en cada aula de 30). Nos cuesta mucho concebir que aprender depende principalmente del cerebro. Los trastornos para el aprendizaje, de base neurobiológica, están detrás de la mayoría de casos de fracaso escolar. El mundo educativo tendría que asumir que como mínimo el 15% de la población en edad escolar tiene algún trastorno del aprendizaje”.

Maldita neuromanía!!. Pareciera como si cualquier actividad humana, desde la más simple a la más compleja, pudiera explicarse en términos de estructuras cerebrales y sus procesos fisicoquímicos, todo ello apoyado por un peculiar márketing de lo científico y lo académico que lo envuelve todo de un halo futurista e irrefutable.

Permitidme que divida y comente ese breve post en tres partes.
Se comienza diciendo: “La primera causa de las dificultades de algunos alumnos para seguir el ritmo del resto de compañeros son los trastornos del aprendizaje, que afectan en torno al 15% de la población en edad escolar (4-5 alumnos en cada aula de 30)”.
Sin duda esta afirmación es un gran disparate. Bueno, ya que estamos en red seamos más cautos y digamos que se trata de un argumento pseudocientífico y tautológico, una afirmación circular que no explica nada, que pretende ofrecer como explicación de una realidad lo que no es más que una descripción de la misma. Afirmar que “La primera causa de las dificultades de algunos alumnos para seguir el ritmo del resto de compañeros son los trastornos del aprendizaje” es tanto como decir que “la primera causa de que una persona tenga 39,5º de temperatura es la fiebre”. Un gran argumento científico ¿verdad?.

Continuemos re-leyendo: “Nos cuesta mucho concebir que aprender depende principalmente del cerebro. Los trastornos para el aprendizaje, de base neurobiológica, están detrás de la mayoría de casos de fracaso escolar”.
¿Qué aprender depende principalmente del cerebro? El mito del cerebro creador, revelación divina!!! Por supuesto, sin cerebro no hay aprendizaje, ni respiración, ni vida, pero tal vez el aprendizaje tenga algo que ver con aspectos mucho más mundanos como la educación y las costumbres familiares, el dinero que invierte el gobierno en educación, tener buenos maestros, tener recursos y materiales adaptados, poder acceder con facilidad a los centros de cultura y ocio, tener buenos hábitos, estar interesado, esforzarte un poquito cada día,…

Por otra parte, ¿qué será eso de “trastornos del aprendizaje con base neurobiológica”? Que yo sepa todos los trastornos y los éxitos en el aprendizaje o de cualquier otra actividad humana tienen una base neurobiológica. Este reduccionismo cerebrocentrista desplaza a la persona y a la cultura a un punto residual, a mera variable dependiente, despojándolas de su responsabilidad y negándoles su papel como creadores no sólo de su propio cerebro o de su aprendizaje, también de sus actos, sus decisiones, de sus sentimientos, sus pensamientos, sus pasiones, sus miedos o sus miserias.

Y terminemos con la última frase: “El mundo educativo tendría que asumir que como mínimo el 15% de la población en edad escolar tiene algún trastorno del aprendizaje”.
Ante este tipo de afirmaciones y conclusiones el siguiente paso lo tenemos servido en bandeja: medicalicemos el aprendizaje. Incluyamos más asignaturas de neuropsicología en los planes de estudios de profesores y orientadores, menos filosofía menos pedagogía y menos psicología y más neurotransmisores. Incluyamos médicos o neuropsicólogos en los departamentos de orientación, en los equipos de educación especial, incluyamos un TAC en cada instituto, exijamos las madres imágenes en color del cerebro en funcionamiento de nuestrxs hijxs, que nos digan cómo estimular la amígdala para que nuestrxs alumnxs trabajen más y mejor de manera colaborativa o cómo activar las neuronas espejo para potenciar su empatía. Y dejemos que las compañías farmacéuticas comiencen a decirnos qué es un problema de aprendizaje y qué no y cómo debe ser tratado. Cambiemos la sal y el aceite de oliva virgen extra de los comedores escolares por Ritalin, Adderall o Concerta (metilfenidato, droga utilizada con los niños diagnosticados con TDAH -Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad). ¿Te parece exagerado este comentario?

Si quieres profundizar en estos despropósitos no dudes en abrir este archivo al que hace referencia y se enlaza desde el post que hoy estamos comentando. “El aprendizaje en la infancia y la adolescencia: claves para evitar el fracaso escolar” es un documento del Observatorio de Salud de la Infancia y la Adolescencia del Hospital de Sant Joan de Déu, con la colaboración de Obra Social Fundación “la Caixa”. El equipo de autores está compuesto por un pedagogo, una logopeda, un director de un centro escolar y 4 neuropsicólogos (pareceía demagogia lo de medicalizar la educación ¿verdad?). Este equipo elabora un remix de distintos datos y afirmaciones, algunas serias, otras vagas, derivadas de distintos estudios relacionados con la infancia, la adolescencia, el aprendizaje, la psicología, la pedagogía o la neurología e incluye unas estupendas imágenes de cortes sagitales y axiales del cerebro coloreado, estableciendo relaciones causales donde no hay más que correlatos fisiológicos de ciertas actividades con dchas imágenes cerebrales.
Al menos se reconoce en el mismo documento que “No existe ningún marcador biológico para el diagnóstico del TDAH. Es decir, ningún análisis ni prueba médica es útil.” (ver vídeo de más arriba) Y sin embargo se afirma con rotundidad que la base del trastorno es especialmente de tipo médico y parte imprescindible del tratamiento sería farmacológico. Curiosa prudencia para hablar como científicos. A la luz de este trabajo pareciera que nada tiene que ver la desigualdad social y económica en los trastornos del aprendizaje, o que no afectan al rendimiento escolar aspectos como el nivel cultural de los padres o algunas costumbres familiares como la lectura.

Sea como sea, esta moda del cerebro no es algo nuevo, se trata de una sugerente tendencia alimentada por los mass media y por muchos gurús en las redes sociales de distintas disciplinas, una tendencia que seduce con habilidad, gracias a su lenguaje atractivo y metafórico, y conquista a científicos, académicos y personas de andar por casa y a los profesionales no solo de la educación, de la medicina o de la psicología, también de la economía (neuroeconomía), el márketing (neuromárketing), la ética (neuroética), religión (neuroteología), el comportamiento social (neurociencia social), la educación (neuroeducación), etc. Por no hablar del juego y el fascinante pero falso apoyo científico que este lenguaje le ofrece a muchos de los que se dedican a lo que quiera que sea el coaching y otras psicocosas.

Este uso mágico-científico del lenguaje de la (neuro)química-física-bilogía parece poder explicar casi cualquier acto que tenga que ver con lo humano, y aunque reducir nuestra complejidad al funcionamiento del cerebro puede parecer una solución científica, atractiva y elegante, esto no deja de ser a día de hoy una ilusión, una quimera, además de un magnífico negocio.

No se trata de olvidar el papel del cerebro ni negar los importantes y necesarios avances de la neurociencia y su utilidad. Sin embargo otro enfoque más humanista y con mayor serenidad a la hora de sacar conclusiones y grandes titulares es posible. Un grupo de científicos desde la psicología y la neurología comienzan a dejarse ver ( Paolo Legrenzi, Molly Crockett, Marino Pérez,…) y a ofrecer una perspectiva distinta sin dejar de atender y reconocer la importancia que el cerebro tiene para entender el comportamiento, las enfermedades, los logros, la sociedad,.. Profesionales que tienen muy claro que se trata de niveles de análisis diferentes que no se deben mezclar alegremente ni establecer entre ellos relaciones mecánicas causa-efecto. Se trata de científicos, psicólogos, filósofos que no pierden de vista que el ser humano no sólo es una entidad biológica, sino también biográfica y cultural. Bajo mi punto de vista, esta forma de entender y estudiar el cerebro no sólo es mucho más seria, sino también mucho más útil y prometedora para entender(nos) mejor y abrir nuevas preguntas, nuevos caminos y nuevas soluciones.

Mis amigos llevan razón, no debería exponerme a estos blogs. Debe ser que mi amígdala no está muy desarrolla o que ando fatal de neuronas espejo y no puedo empatizar y, sin remedio, me pongo negro cuando leo este tipo de artículos de la “ciencia amarilla”.
Hoy pediré doble ración de dopamina en la ensalada.