La revolución educativa.

Creo en una educación revolucionaria, una educación que remueve el corazón, las cabezas y las manos de las personas. Una educación inconformista y socialmente comprometida, una educación que cambia el orden de las cosas y que ofrece la posibilidad de transformar la vida y el destino que traemos escrito en el adn económico y social de la familia que nos ha parido. Una educación que ofrece los recursos que permiten que la hija de una familia humilde,sin otro horizonte que las temporadas de vendimia o de recogida de aceituna, esté hoy en su segundo año de MIR, y que haya cambiado así su suerte y la de su familia permitiéndoles inventar un futuro que ni en sus mejores sueños habrían imaginado.

Echo de menos esta visión en las (no tan) nuevas propuestas pedagógicas que ponen la felicidad en el centro y como principal objetivo de las escuelas. Como decía, creo en una educación revolucionaria, y no creo que la felicidad sea lo revolucionario, sino el saber, la filosofía, la lengua, la física, el arte, la literatura, la historia, las matemáticas,…. el esfuerzo por superarnos y aprender y aplicar los conocimientos acumulados que siempre nos han hecho avanzar como personas y como especie. En gran medida es todo esto lo que permite darle la vuelta al orden de las cosas, que nuestra vida sea cada vez más digna y que podamos dar lo mejor de nosotros mismos a la sociedad a la que pertenecemos.

Por supuesto que todo este aprendizaje y el disfrute, el coraje y el trabajo que conlleva debe ocurrir con los mayores recursos y las mejores prácticas educativas basadas en la evidencia, y siempre en un escenario de cuidado, de cariño, de respeto, de seguridad, de atención y de un apoyo radical a aquellos alumnos que lo necesiten. Cuando así ocurren las cosas, nuestros hijos y nuestras hijas aprenden que el esfuerzo y los retos, incluso las derrotas, no solo no son incompatible con la felicidad de vivir, sino que son imprescindibles para ella.

El big data y la solución de problemas complejos

Las nuevas formas de estar en el mundo (educar, ser ciudadano, viajar, comunicarnos, ser madres, comer, hacer deporte, aprender, consumir…) y de interaccionar con él, con uno mismo y con los demás a través de las nuevas tecnologías permiten la recolección continua de incontables datos de todo tipo. El almacenamiento y tratamiento de estos datos gracias a complicados algoritmos, conocido como big data, puede facilitar el análisis de problemas o realidades complejas: la predicción de tendencias en los mercados, de comportamientos individuales o colectivos, el éxito de nuevos productos, la reacción de un grupo de ciudadanos ante nuevas decisiones que les puedan afectar, la (re)aparición de viejas y nuevas enfermedades,etc.

El acceso a tal cantidad de datos y su adecuado análisis puede ayudar en cierta manera a jugar a ser dioses, pues nos permite no sólo adelantarnos y ver el futuro, sino además construirlo, diseñar nuevos escenarios, nuevos problemas, nuevas soluciones, nuevos productos con los que la mayoría de las personas reaccionarán o interactuarán de la manera esperada,…

Más allá de estas cuestiones, los datos y las fórmulas tienen la capacidad de hacer invisibles a valores e ideologías. Pareciera que los datos pertenecen al ámbito de lo objetivo, que no están contaminados por la subjetividad, las creencias o los intereses personales o corporativos. Sin embargo no siempre es así, en muchas ocasiones esto no deja de ser más que un ingenuo deseo, en otras una interesada impostura. Los datos no son la realidad, los datos y sus algoritmos son una herramienta, una tecnología para medir, interpretar o intervenir en esa realidad.

En este escenario es importante entender en qué momentos el uso de grandes cantidades de datos para la solución de problemas complejos funciona de manera adecuada, ante qué preguntas y bajo qué condiciones es más probable que esta tecnología aporte conclusiones que sean verdaderamente ventajosas.  En esta charla TED, Sebastian Wernicke resalta el papel imprescindible que han de jugar los hombres y mujeres expertos en cada materia a la hora de analizar los resultados de estos complicados algoritmos y de asumir el riesgo de tomar decisiones a veces a favor a veces en contra de lo que el todopoderoso big data pudiera indicar.

So whenever you’re solving a complex problem, you’re doing essentially two things. The first one is, you take that problem apart into its bits and pieces so that you can deeply analyze those bits and pieces, and then of course you do the second part. You put all of these bits and pieces back together again to come to your conclusion. And sometimes you have to do it over again, but it’s always those two things: taking apart and putting back together again.

And now the crucial thing is that data and data analysis is only good for the first part. Data and data analysis, no matter how powerful, can only help you taking a problem apart and understanding its pieces. It’s not suited to put those pieces back together again and then to come to a conclusion. There’s another tool that can do that, and we all have it, and that tool is the brain. If there’s one thing a brain is good at, it’s taking bits and pieces back together again, even when you have incomplete information, and coming to a good conclusion, especially if it’s the brain of an expert.